Abriendo la cajita de Pandora: Salir del clóset

Por Angel Saucedo (IG: @RunWtScissors / @Foraneanda )

 

 

Hay eventos importantes a lo largo de nuestra vida. Una graduación, una boda, o recibir un título, por ejemplo. Sin embargo, hay un evento por el que la gran mayoría de los integrantes de la comunidad LGBT + pasamos: el “salir del clóset” . Este magno evento, tan liberador para algunes y tan traumático para otres, es uno que puede ser un parteaguas entre una transición fácil, delicada y segura, a una verdadera pesadilla. Pero no tiene por qué serlo. Ya mismo te explico.

Para ello, creo que lo mejor será que te platique mi experiencia y sobre “mi cajita” . Así me gusta llamarle al conjunto de lineamientos y expectativas que se nos carga a todos los seres humanos. Si nacemos hombre o mujer, en una religión u otra, aquí o allá. La trampa es que, lo que viene en esa cajita, nunca serás tú, sino lo que otros quieren y esperan que seas.

En mi caso, nací en el norte de México, en una ciudad conservadora con una familia católica. Mi cajita, por ende, marcaba mi camino como un hombre cis heterosexual amante del fútbol, ​​la cerveza y la carne asada. El chiste se cuenta solo.

Todos nacemos con esa cajita. Más bien, nos obligan a recibirla. Es ahí donde empieza la historia. Antes de los 11 años yo nunca cuestioné mi cajita. Me desarrollé con la idea de que mis padres, maestros y la iglesia querían lo mejor para mí, y yo me sentí seguro obedeciendo.   Yo no tenía control sobre nada en mi vida, y eso no me molestaba en absoluto. Tenía mi camino trazado y resuelto, y por ello nunca vi la necesidad de cuestionar. Como dicen, si no crees en nada, creerás en todo.

Salir closet

Alrededor de los 12 empecé a poner en duda a lo y los que me rodeaban. Comencé por la ropa. Antes de ello yo usaba lo que mis papás elegían, y no me importaba. Pues, como dije, me limitaba a obedecer. Hasta que me cuestioné el por qué no elegir yo mi propia apariencia. Estaba comenzando a descubrir quién era yo. Ese elemento de mi cajita había sido reemplazado.

Después, vino la religión. Esa institución creada y sustentada en personas imperfectas … ¿pretendiendo ser perfecta? Cabe destacar que ese cuestionamiento nunca vino de un lugar de hostilidad, ni de querer hacerme el interesante.

Vaya, empecé a notar incoherencias y contradicciones en lo que la religión decía, lo que mis padres hacían, lo que los maestros enseñaban. Entonces empecé a preguntar “¿por qué?”. Y rara vez tenían una respuesta diferente a “ porque así son las cosas ”. Eso me convirtió, por primera vez, en un foco rojo. Aquellos que cuestionamos somos peligrosos. Los que nos salimos de las normas y criticamos lo que viene en la cajita, aún más.

Ya no me bastaba obedecer sin más. Lo cual no significa que fuera desobediente, sino que yo quería entender por qué querían que obedeciera. Si había formas diferentes de hacer las cosas, las quería conocer. Y quería probarlas. Ahí empezó mi hambre por probar, experimentar, sentir, conocer. Sin saberlo, ese camino me forzaría también a cuestionarme a mí mismo.

¿Qué tiene que ver todo esto con “salir del clóset”?

Verás, mi sexualidad fue uno de los últimos elementos de la cajita que me tocó analizar. El descubrirla y entenderla fue algo bastante gradual y sucedió hasta cerca de mis 18 años. De no haber sido por una plática fortuita, nunca se me hubiera ocurrido salir con hombres. Un amigo muy cercano, heterosexual, me planteó la posibilidad de que quizá su verdadero amor podría ser un hombre, y que la vida era muy corta para decir que nunca saldría con uno. “Igual y lo conozco y me enamoro”, me dijo. Y eso fue lo que me pasó. La vida me llevó a conocer al amigo de un amigo y me quise dar la oportunidad de experimentar cosas nuevas. Arreglamos una cita para conocernos, me sonrió y el resto es historia. Porque terminamos un mes después, pero fue el inicio de mi vida siendo yo.

Siendo del norte del país, la homofobia nunca fue algo ajeno a mí. Crecí en un hogar homofóbico, en el que mi padre se refiere a los homosexuales como “algo menos que personas”. Ello, combinado con que, hasta ese punto, no había visto la necesidad de plantearles mi sexualidad, me había hecho saltarme el “salir del clóset”. Sin embargo, tras una discusión con mi padre, se lo dije. Yo esperaba golpes, gritos, amenazas. Pero no hubo nada de ello. Hubo silencio. Una semana en que mi padre se mantuvo en un estado catatónico. Solamente dijo que “nuestras vidas no iban a ser las mismas desde ese momento” y que le iba a costar aceptarlo porque “a él le enseñado que eso estaba mal”.

Ese elemento de su cajita, la homofobia, fue uno que él nunca se había detenido a cuestionar, a criticar. Después, vino mi madre. Con ella sucedió lo contrario de con mi padre. Si bien, no hubo gritos, relució otro grado de homofobia. Su respuesta fue que “esas cosas no se dicen, se deben guardar como secreto de familia”. Para ella era más importante lo que la gente pensara de ellos. Muy saltillense de su parte.

Si bien en un inicio sentí un profundo dolor, los pude entendre. No es su culpa creer esas cosas. Se las inculcaron a la fuerza, ya ellos les faltó el ojo para analizarlas y formar un criterio propio. Habían decidido recibir su cajita, pero nunca se detuvieron a revisar sus contenidos. Y yo no hubiera descubierto quién soy hoy si tampoco lo hubiera hecho.

Las cosas han ido mejorando desde entonces, no voy a mentir. Pero toda esa etapa me hizo ver “el clóset” desde otros ojos. Películas, series y libros se han encargado de romantizar excesivamente este proceso, tildándolo hasta de necesario para empezar a vivir nuestra propia vida. Me da risa pensar que algunes lo ven como un requerimiento para que te den tu membresía LGBT +.

Nada más alejado de la realidad. A eso me refería al inicio de este escrito con que este evento no tiene que ser difícil. Es más, me atrevo a decir que ni siquiera debería de verse como un paso o ritual que necesite cumplirse.

Pienso a veces que “salir del clóset” es parecido a ir a confesarte con un sacerdote. Te plantas frente a una autoridad y reconoces algo frente a ellos. Como si fuera algo malo, indeseable, o de lo que avergonzarte. Pero… ¿para qué? ¿Ganamos algo? ¿Perdemos algo?

Mucha gente me ha pedido consejos para hacerlo. Mi respuesta es abordar el tema como con la cajita. Cuestiónalo. ¿Para qué quieres salir del clóset? Personalmente (y entiendo perfectamente si lo consideras de otra manera), pienso que la única persona con la que necesitas “salir del clóset” es contigo. Es parte de cuestionarte para conocerte, conocerte para aceptarte y aceptarte para amarte. Y si, tras cuestionarte, sientes que debes vocalizarlo con otros, hazlo.

Eso sí, puede que tu entorno social, familiar o económico no sean los mejores para que pases por este ritual. Lamentablemente, es algo común. Si tu integridad física o psicológica puede verse diezmada, aguarda a tu momento. No hay edades, tiempos ni formas para “salir del clóset”. Busca la tuya y explótala cuando lo veas preciso si es lo que te dará paz interior. Si no, el arcoíris dentro de ti no brillará ni un poquito menos.

Ahora, todo esto suena muy bonito. El conocerte, el aceptarte y amarte. Pero te quiero adelantar y confirmar que no es tan fácil como parece. Habrá días buenos, días malos y días peores. Lo que sí te puedo asegurar es que valdrá la pena. No hay regalo más grande y valioso para ti mismo que el abrir la cajita de Pandora, cuestionar lo que viene dentro de ella, tirar lo que no te gusta e integrar nuevos elementos. Es un proceso difícil, confuso y no lineal. Tendrás que destruir y reconstruir con los pedazos. Y te vas a equivocar en muchas cosas. Te lo prometo. Pero date ese permiso. Intenta cosas y falla. Aprenderás muchísimo más de tus equivocaciones que de tus aciertos, y también muchos otros podremos aprender de ellos. O de menos, nos reiremos juntos.

Sin embargo, te lo repito. Todo valdrá la pena. El descubrirte y enamorarte de ti mismo te dará un poder que no puedes imaginarte. Tan grande que difícilmente obstáculos externos podrán tumbarte.

 

De mi parte, si de todos errores que he cometido en mi vida, de mis corazones rotos, de mis lágrimas, pero también de mis logros, me permites compartirte algo, te lo digo:

  • Cuestiona: El paso más difícil es cuestionar tu realidad. Lo que te enseñaron e inculcaron. Y será más difícil cuestionarte a ti mismo. Aun así, hazlo. Aprenderás muchísimo de ti, de lo que tienes, eres, y de lo que quieres llegar a ser.
  • Experimenta: Intenta cosas nuevas. Estilos de ropa, de peinado, accesorios, música, actividades. Nunca sabrás si tu pasión está a la vuelta de la esquina que nunca te animaste a tomar.
  • Equivócate: Tienes todo el derecho del mundo para equivocarte. Vaya, te vas a equivocar, aunque no quieras. Velo de esta forma: cada error te acercará un pelín más al acierto.
  • Acéptate: Tú eres la pieza central de tu vida, vivirás contigo hasta que mueras. Eres el único responsable de tu felicidad. Cambia lo que puedas, y haz las paces con lo que no. Y tómate el tiempo para hacerlo. El aceptarte y amarte no es el destino, es el camino.

Y, por último, date (y danos) el regalo más grande de todos: escribe una vida que inspire ser contada. Que tu existencia sea una historia que se repita entre tus amigos, hijos, nietos y hasta en la fonda de la esquina. No te vayas de esta vida sin probar todo lo que tiene para ofrecerte.

Piénsalo: si fueras a una barra de helados con 1000 sabores, ¿elegirías siempre chocolate? Yo no.

 

 

 

 

 

 

 

 

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